Estos días leía en prensa sobre la alta repercusión de la llamada “cultura resultadista” en la empresa en España. Esta idea me llevó a escribir este post, para compartir mi visión sobre lo que hoy por hoy prevalece en la empresa del siglo XXI en nuestro país
Desde mi visión, sobre cualquier otra opción, prevalecen los resultados. Eso que obtenemos, lo que es claramente cuantitativo, lo que se puede contabilizar y contrastar con datos anteriores: meses, años o con, datos de terceros ya sea la competencia, equipo o compañero. Y está muy bien analizar y evaluar cuáles son los resultados, las progresiones y también los retrocesos, pero ¿a costa de qué?
Bien y ¿qué es lo que yo percibo? Desde mi visión como formadora, lo que aprecio es una primacía absoluta sobre los resultados. Lo que conlleva a:
Actitudes mediocres, con tal de aportar tan sólo un resultado determinado.
Menor cuidado de las relaciones. A costa de cualquier cosa, busco el mejor resultado.
Genera también individuos anclados en el miedo a no obtener el resultado deseado que omiten o esconden información para ofrecer una visión orientada a tal resultado.
¿Hasta cuándo? ¿Para qué? cuanto estrés, presión y angustia en busca de los ansiados resultados?.
Y ¿por qué es tan importante el proceso y no tanto el resultado?
Porque el proceso es lo que depende directamente de mí, es donde doy lo mejor de mí, donde valoro qué funciona y qué no y donde puedo analizar y reajustar.
El resultado generalmente es la consecución de un buen proceso unido también, en muchas ocasiones, a la decisión de terceras personas sobre las que probablemente habré influido durante mi proceso.
Enfocar en el proceso me permite: innovar y probar y equivocarme. Sí, equivocarme para aprender que esa no es la mejor opción y cambiar.
En cambio, la orientación al resultado, es una las competencias clave más valoradas en los procesos de selección de hoy. En la definición de los perfiles más necesarios en el ámbito empresarial.
Un exceso de atención de los resultados merma la visión sobre otros aspectos, que quedan en segundo lugar: cómo vamos a conseguir dichos resultados, quien, a quien afectará positiva o negativamente mi resultado.
Un análisis y una decisión consciente sobre estos otros parámetros, desde mi punto de vista, ayudará a un mejor resultado. Este enfoque, en cambio está muy alejado de la realidad.
Por otro lado el proceso nos permite equivocarnos: dar importancia al proceso significa estar aquí y ahora, resolviendo lo que ocurre. Y aprendiendo nos hacemos grandes, más fuertes, incrementa los niveles de satisfacción personal.
Cuando enfocamos solo al resultado: Cada resultado alcanzado exige por parte de la organización y también a veces, en muchos casos, por los individuos, la exigencia de superarlo. Y sí, está muy bien un nuevo reto, pero ¿cómo? ¿Cómo se están alcanzando esos nuevos retos?
Entonces, ¿Qué es el proceso frente al resultado?
Pues el proceso es un plan de acción, es un camino a seguir, un método, un paso a paso como guía, que inicialmente nos llevará a un determinado objetivo o resultado.
¿Y porque seguir un plan, un método? es lo que nos ayuda a sentirnos bien, a sentirnos seguros, a saber lo que viene después. Eso sí, dentro de la flexibilidad, de estar atento para ir evaluando y tomar las decisiones necesarias para reajustar, si es preciso.
Sin plan, sin método, vivimos en la incertidumbre, en un ir y venir sin un rumbo preciso, lo que genera estrés, ansiedad, e indecisión.
¿A qué te apuntas? A enfocar ¿en el proceso o en los resultados?
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